Lo que debía ser una noche de Copa Sudamericana terminó en pesadilla. El 20 de agosto, en el Estadio Libertadores de América, el duelo de octavos entre Independiente y Universidad de Chile se convirtió en un campo de batalla.
El primer tiempo cerró 1-1, pero al arranque del complemento la fiesta se descontroló: lanzamiento de objetos, butacas arrancadas, incendios en baños, invasiones de tribuna y choques cuerpo a cuerpo. La policía no pudo contener la furia que estalló en distintos sectores del estadio y hasta en las calles aledañas.
El saldo: más de diez heridos de gravedad, decenas de detenidos y el partido suspendido. La Conmebol analiza sanciones duras que podrían incluir quita de puntos, multas millonarias y hasta cierre del Libertadores de América.
Lo que debía ser un capítulo deportivo terminó como uno de los episodios más oscuros en la historia reciente de Independiente, dejando en jaque su imagen internacional y reabriendo un debate urgente: ¿hasta cuándo la violencia marcará el fútbol sudamericano?