Donald Trump no solo fue a Medio Oriente por los camellos, las armas y los millones. Detrás de la escenografía dorada, su viaje está moviendo piezas claves del ajedrez global. Y como siempre, lo hace a su manera: con espectáculo, decisiones arriesgadas y una narrativa que desafía a su propia administración.

Esta vez, la Casa Blanca vendió la gira como una “vitrina de liderazgo”. Pero entre líneas, Trump está apostando fuerte: se reunió con Ahmed al-Sharaa, el líder rebelde que derrocó a Assad en Siria, y le levantó las sanciones a su gobierno. Así, sin rodeos, se convirtió en el primer presidente en 25 años en sentarse con un líder sirio. ¿Diplomacia o temeridad?

Al-Sharaa, un exmilitante con vínculos oscuros y un pasado de recompensa millonaria sobre su cabeza, ahora es visto por Trump como la última esperanza para estabilizar un país destrozado. “Tiene una verdadera oportunidad de mantener la cohesión”, dijo el presidente. Lo que no dijo: esta jugada podría desatar una tormenta en Washington, donde muchos aún asocian Siria con caos, ISIS y alianzas tóxicas.

Entre misiles y diplomacia

Trump también presiona a Irán, ignora a Israel en pactos clave, y flirtea con la idea de reunirse con Putin y Zelensky en Turquía. Nada es seguro. Todo es volátil. Así opera Trump: sembrando tensión, esperando cosechar acuerdos históricos… o al menos, titulares.

Netanyahu, que antes era su “bro” ideológico, ahora es más problema que aliado. La ofensiva israelí sobre Gaza está tensando aún más la cuerda. Trump, mientras tanto, explora canales paralelos con Catar y Arabia Saudita para frenar la catástrofe humanitaria. Y eso no le está gustando nada a Tel Aviv.

¿Una Siria sin sanciones? Más preguntas que respuestas

La movida más disruptiva fue sin duda Siria. Levantar sanciones no es solo un gesto diplomático: es una reconfiguración del tablero. ¿Puede al-Sharaa garantizar derechos para minorías? ¿Expulsar remanentes de ISIS? ¿Reconocer a Israel? El Congreso, por ahora, espera respuestas. Y Trump, fiel a su estilo, reparte culpas anticipadas: “¡Ay, lo que hago por el príncipe heredero!”, dijo, medio en broma, medio en serio.

Algunos halcones republicanos, como Lindsey Graham, ven con buenos ojos el plan, pero piden “prudencia”. Porque una Siria mal administrada no solo sería un error político: sería un nuevo Irak.

Trump, el eterno showrunner

Una vez más, Trump apuesta a lo grande. Pero su debilidad por los “hombres fuertes” (como él llama a al-Sharaa, a quien describió como “guapo, luchador y con un pasado sólido”) vuelve a encender alarmas. Ya ocurrió antes: líderes autoritarios que terminan siendo bombas de tiempo.

Y mientras tanto, su equipo diplomático sigue improvisando. Con un enviado especial sin experiencia, planes que se filtran antes de estar cerrados, y un presidente que prioriza la narrativa por encima del proceso, la pregunta vuelve a surgir:

¿Puede Trump convertir el caos en una victoria geopolítica real… o solo estamos viendo el tráiler de una película que nunca se termina de filmar?

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Vocero Nacional
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